Me gusta otear en la distancia los aerogeneradores, esos gigantes de cincuenta metros y tres brazos. Y observar cómo se mueven y soñar con el día en el que cada vez que encienda algún aparato eléctrico tenga la certeza de que la energía que lo hace funcionar no proceda ni de árboles o animales muertos millones de años de atrás, ni elementos químicos radiactivos. Un sueño realizable aunque algunos se empeñen en que no lo sea.
17 de febrero de 2014
17 de febrero de 2014
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