Antes de nacer inventamos nuestros juegos solitarios, pateando el vientre materno, nadando en la placenta... Es más, aun antes de ser concebidos empezamos a jugar en esa especie de competición para llegar primero al óvulo, que a su vez juega a imaginarse qué tipo de espermatozoide será el que llame a su puerta e incluso fantasea con la idea de que lo hagan dos a la vez. Una vez nacemos nuestros brazos y piernas, nuestro cuerpo, son nuestro primer juguete, lo descubrimos a la par que vamos ampliando el mundo que se mueve a nuestra alrededor, difuso al inicio, clarificándose más tarde gracias a objetos, tactos tan diversos y sabores tan extraños que nos hacen contraer la carita pero que no podemos evitar volver a probarlos inmediatamente. Primero nuestros juegos son eminentemente solitarios, acompañados de cuando en cuando por nuestros progenitores o alguna primita que nos acuna cual muñeco, pero cuando empezamos a reafirmar nuestra existencia también nos damos cuenta de la de los demás, y por tanto la curiosidad nos lleva a jugar con ellos, nos convertimos en seres sociables.
11 de agosto de 2014
11 de agosto de 2014
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