El frío se le metía en los huesos, pero era incapaz de no seguir tecleando, de expulsar las palabras que le venían a un cerebro cada vez más hiperactivo. Cuando empezaron a rompérsele, congelados, continuó escribiendo con los muñones, así hasta que la masa encefálica tuvo una explosión creativa que le hizo caer extenuado sobre el teclado, dejando un reguero de carne y huesos congelados como únicos testigo del último escritor.
1 de diciembre de 2017
1 de diciembre de 2017
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