Levantarse a las tres de la madrugada tras estar un buen rato (¿horas, minutos?) dando vueltas en la cama, con dolor de garganta, problemas para tragar y una molesta sensación (tanto que no te deja dormir) de estar atragantándose o que alguien te estuviera intentando asfixiar. Decidir ir a urgencias y que allí te atienda un médico con lógica cara de sueño y mal despertar; que te eche un vistazo hiper-rápido a las amígdalas y se ponga a teclear como un poseso y con cara de pocos amigos para, al rato, decirte “los comprimidos cada doce horas y el analgésico cada ocho. Ya están en la tarjeta.”... Tal nivel de empatía me abruma.
5 de mayo de 2014
5 de mayo de 2014
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