Un minuto dedicaba al día a leer, nunca lo perdonaba. Se ponía el pijama de rayas con el gorrito, se sentaba en la cama y abría el libro por una página al azar. Luego colocaba el cronómetro sobre la mesilla, activaba una cuenta atrás y, por cada palabra que leía, una mirada a la pantallita, por cada segundo que dedicaba a leer, medio lo utilizaba para comprobar cuántos le quedaban. Al sonar el pitido final suspiraba con alivio, cerraba el volumen, se colocaba el antifaz verde sin agujeros y dormía con la luz encendida.
9 de abril de 2014
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