La realidad aplasta. La certeza de la incertidumbre de ésta crea paradojas personales a través del espacio tiempo. Lo verdadero y lo falso se confunden creando lapsos que se entrecruzan con las miradas del cachorro abandonado que te observa en la otra acera. Los ojos brillantes del animal te piden un trozo de tu carne inmisericorde, y cruzan la calle cuando ven que haces un gesto de asentimiento; y el cachorro se convierte en carne triturada al pasarle unas ruedas de caucho y metal por encima, quebrando sus huesos y haciendo salir sus ojos de las orbitas. Un grajo se los come con delectación mientras lo miras fascinado. Luego echa a volar y desaparece detras del sol. En el cristal de un escaparate se refleja tu imagen, entonces te das cuenta que no son los ojos del perro los que se ha comido, sino los tuyos, y que te estás viendo a ti mismo desde la carretera. Gritas entonces como nunca habías hecho, pero no te oyes, pues tu cabeza ha sido cercenada de tu cuerpo y rueda, rueda, rueda... Una cabeza hueca de metal y caucho.
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