viernes, 8 de junio de 2018

Despidiendo a un amigo

Desde el sábado le costaba respirar y apenas se movía, se hacía sus necesidades encima y casi no comía. Y ayer, aunque personalmente no tenía muy claro (y sigo sin tenerlo) si era lo correcto, lo llevamos al veterinario para que pusiera fin a su agonía.

Mis padres lo adoptaron en el año 1997, tenía poco más de un mes; mi madre lo llamó Goku, desde entonces nos hizo compañía.

Le gustaba saltar, yo me lo pasaba genial con él lanzándole comida y viendo cómo la cogía al vuelo. Le encantaban las uvas y los frutos secos, especialmente las nueces, que te ladraba "indignado" para que le dieras; le gustaba mucho salir a pasear y olisquear e investigar, ladrar a los conejos e incluso buscarlos..., aunque luego los tenía delante y a veces ni los veía.

No fue un perro "modélico", se portaba mal de cuando en cuando, sobre todo de joven, pero el hecho de que fuera tan activo y "vivo" se le hacía querer más. Tuvo un par de avatares que le marcaron físicamente, una pata trasera se le quedó inútil, colgando, por culpa de un palo mal tirado (ejem) y también acabó tuerto accidentalmente.

Mi hermano llevaba diciéndome desde hacía años (tres o cuatro quizá) que se iba a morir, pero Goku nunca le quizo dar la razón, luchó por vivir hasta el final y hoy estaría vivo, agonizando pero vivo, si no hubiésemos tomado la decisión de que dejara de sufrir.

Realmente hacía tiempo que no sentía tanto la muerte de un animal, y es que he crecido con él. Dieciocho años dan para mucho.

9 de junio de 2015

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